miércoles, 17 de marzo de 2010

Evita y la necesidad de justicia


Si hay algo que me ha sorprendido en Buenos Aires es la presencia tan fuerte que sigue teniendo Eva Perón en la vida política. Mi admiración por el personaje nunca ha sido secreta, pero creo que no había imaginado que tuviese tal peso en la sociedad argentina tantos años después. En mi mente, era una una vieja figura política inmortalizada como icono cultural, pero estando acá veo que es mucho más que eso, y va desde ser utilizada como bandera partidista (sí, todavía), hasta su permanencia intacta en la memoria de toda una generación de argentinos que recibieron en algún momento un juguete, una bendición o un trozo de pan de la inmortal líder.

Así, mi admiración ha llegado a límites casi obsesivos, y he dedicado buena cantidad de horas a escudriñar los lugares relacionados con su historia, los museos dedicados a su memoria, los objetos, los libros, los videos... No hago más que preguntarme cómo tuvo y sigue teniendo tal arraigo entre tanta gente -más allá del obvio alcance de la propaganda-.

Por supuesto, un recorrido por las calles de Buenos Aires revela una cantidad de razones que hacen más comprensible la veneración casi religiosa de Evita, y más todavía, la inclinación del pueblo argentino -y latinoamericano, en general- hacia las ideologías de izquierda: con tanta miseria se convieve a diario en estas ciudades, que es imposible no darse cuenta de las profundas injusticias inherentes a nuestro sistema político y económico.

Son demasiados los que el capitalismo radical ha dejado por fuera. Y mientras es obvio que el socialismo clásico y sus variaciones latinoamericanas no son la solución, no es menos evidente la necesidad de un paradigma alternativo que siente las bases para una justicia social real y efectiva, que sin quitarle la responsabilidad al Estado como ente regulador, no lo convierta en el ente dadivoso y paternalista que siempre, invariablemente, termina por justificar el personalismo político en nuestras sociedades -tal como ocurrió con Perón y Evita, y su gran maquinaria propagandística-.

En medio de una necesidad de justicia social tan real, inmediata y desesperada, los pueblos se convierten en tierra fértil para la siembra de ilusiones, que tarde o temprano terminan engullidas por el monstruo del poder desmedido y sin control, y por la fuerza arrebatadora de populismos mesiánicos que, al final, siempre terminan en la mayor de las ruinas. Es por eso que la historia latinoamericana siempre termina tiñéndose de frustración y, consecuentemente, de sangre.

Seguimos en la búsqueda de una solución...

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