Pose. Estados Unidos, 2018 (1ª
temporada). Dirección: Ryan Murphy. Guión: Ryan Murphy, Steven Canals, Brad
Falchuk. Fotografía: Nelson Cragg. Música: Mac Quayle. Con Evan Peters, Mj
Rodriguez, Dominique Jackson, Billy Porter e Indya Moore.
En su nueva serie Pose, el creador y productor de éxitos televisivos como Nip/Tuck, Glee, American Horror Stroy
y American Crime Story, Ryan Murphy,
visita la cultura del ball neoyorkino
de los años ochenta. No es una cultura fácil de explicar para los menos
avezados: el ball es una escena
festiva que en aquellos años reunía a personas transgénero, travestis y gays, generalmente
afrodescendientes y latinos, en torno a desfiles en los que vivían la fantasía
de ser parte de un sistema que los relegaba a la periferia. La consigna era
emular el estilo de vida que las revistas y la televisión vendían como lo
socialmente deseable, a saber, ser blanco, rico, famoso, y así calzar en los
estereotipos sociales de éxito y sentir orgullo en la expresión de sus
sexualidades. De ese modo, se agrupaban en torno a subgrupos de pertenencia, o
“casas”, lideradas por figuras “maternales” que les guiaban y velaban por su
éxito, tanto personal como en el circuito de balls.
Pose explora
la abigarrada gama de temas que subyacen tras esa cultura a través de distintas
tramas que se entrecruzan. Blanca (Mj Rodriguez), cansada de los maltratos de
su “madre”, Elektra Abundance (Dominique Jackson), decide liberarse y abrir su
propia “casa”, adoptando como identificativo el apellido de la supermodelo
Linda Evangelista. Recluta, entonces, a un grupo de jóvenes talentosos que
tienen en común el abandono de sus familias, la miseria, y el hambre –de
alimento, de éxito y de afecto-: Angel (Indya Moore), una chica transgénero que
vivirá una aventura con un aspirante a ejecutivo de las empresas Trump
interpretado por Evan Peters; Damon (Ryan Jamaal Swain), un adolescente gay que
aspira a convertirse en bailarín profesional, y su novio Ricky (Dyllon
Burnside); y Lil’ Papi (Angel Bismark Curiel), un chico latino que trafica
drogas a escondidas de Blanca.
La feroz competencia entre la casa de
Abundance y la de Evangelista sirve como marco a historias de amor, traición,
sexo, amistades cuya lealtad se sobrepone a cualquier circunstancia adversa, y
una enfermedad, el SIDA, que pende cual espada de Damocles sobre las cabezas de
todos.
La puesta en escena es fiel a la estilística
que se ha hecho familiar en las producciones de Murphy. La fotografía es
cuidada con celo cinematográfico, y en esta oportunidad la filmación adopta una
estética cercana al vérité, con
colores saturados y ocasionales tomas de efecto granulado que bien parecen
filmadas en 16mm. Destaca también el rol de la banda sonora, apoyando la
creación del universo de los 80s y las articulaciones temáticas que son igualmente
recurrentes de sus series anteriores: la importancia de la familia (real o adoptiva),
la crítica a los estándares de belleza, y la simpatía por personajes
aparentemente desvalidos que exudan confianza y, ultimadamente, triunfan.
Uno de los puntos que más se ha comentado
sobre la producción de Pose es que su
cast está compuesto por varios artistas nuevos y emergentes transgénero, una
oportunidad que la comunidad trans ha estado demandando por años para contar
sus propias historias. Con Jackson, Rodriguez y Moore a la cabeza, las
eficientes actuaciones logran el cometido de darle a la serie un barniz de
autenticidad y compromiso con la historia LGBTQ+, al tiempo que deslastran a
los roles protagónicos del carácter supuestamente valiente u osado que suele
endilgarse a los actores cisgénero cuando interpretan a personajes transgénero.
Sin embargo, la manera en que Pose aborda su objeto de referencia no
deja de sentirse artificiosamente complaciente. Cuando Jennie Livingstone
exploró el universo del ball en el
documental de 1990 París en llamas, referencia
innegable de la teleserie que nos ocupa, presentó al resto del mundo a un
colectivo que disfrazaba de fiesta su profunda miseria, su definitiva
marginalidad, y su fatídico destino. Maquillar una realidad tan dura no era una
opción. Adelantemos casi 30 años, y de pronto la magia de la televisión hace
posible un final feliz para todos estos personajes. Sus historias son
simplificadas y sus dramas solucionables a tiempo para los comerciales. Como
señala el filósofo coreano Byung-Chul Han en La Expulsión de lo distinto, el capitalismo en su fase más actual
se ha encargado de absorber la rareza de lo distinto y convertirla en un
producto tibio de fácil consumo: “Lo que constituye la experiencia en un
sentido enfático es la negatividad de lo distinto y de la transformación. Tener
una experiencia con algo significa que eso «nos concierne, nos arrastra, nos
oprime o nos anima». Su esencia es el dolor. Pero lo igual no duele. Hoy, el
dolor cede paso a ese «me gusta» que prosigue con lo igual”.
Así, en Pose
es posible, por ejemplo, que Blanca rente un departamento inmenso para acoger a
sus protegidos, les alimente, y hasta les procure una educación, sin otra
fuente de ingreso que su trabajo de manicurista. O que los efectos devastadores
del SIDA puedan esperar hasta la próxima temporada, o tal vez más, para que las
tramas de todos los personajes puedan cerrar satisfactoriamente. Es televisión,
sí. Se supone que sea entretenida, sí. Pero cuando tanta complacencia con el
público masivo pone en riesgo la verosimilitud, cabe preguntarse si realmente
se le hace un favor a la comunidad LGBTQ+ al contar su dura historia con disfraz
de cuento de hadas.