domingo, 7 de octubre de 2012

Bipolar Caracas


Caracas verde, salvaje, exuberante.
Caracas miserable, ruidosa, apurada. Todos tienen prisa. Todos quieren llegar primero. ¿A dónde? ¿A qué?
Caracas renovada, creciendo hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados.
Caracas venida a menos, corazón roto y palpitante.
Caracas sin libertad de movimiento ni de nada, me has alienado a más no poder.
Caracas deliciosa, cálida, joven, me has enamorado como nunca imaginé.
Vibras en mis venas, Caracas, para bien y para mal: con rabia, con excitación, con tristeza, con miedo, con amor profundo, con dolor inenarrable.
Ganas intensas de llorar todo el tiempo, Caracas: contigo, por ti, por tu culpa y gracias a ti.
Caracas hambrienta. Caracas llena de sabor. Olor a lluvia, a tierra, a selva, a trópico, y a mierda.
Caracas, madre desalmada que devoras a tus hijos.
Caracas de mi pasado, laberintos de la memoria, recuerdos vívidos de ayer.
Caracas, ciudad borrada, derribada y vuelta a construir, recuerdos barridos, lavados, heridos, destruidos, oxidados, enterrados.
Caracas, destino por nacer.
Me voy, Caracas. Me voy. No quiero volver.
Me voy, Caracas, y ya te extraño.
Adiós, Caracas.
Con mi hogarcito a cuestas y el corazón hecho trizas, sigo llorando: contigo, por ti, por tu culpa y gracias a ti.
Te odio, Caracas. Te amo.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Novedades en el frente

Mi intención no era hablar de esto, pero por el título no pude dejar de contar una anécdota. Tenía yo unos seis años, y como buen gordito, detestaba ir a la clase de natación. "Detestar" tal vez no sea el verbo correcto, porque mi sentimiento hacia cualquier actividad deportiva era algo más intenso, visceral y profundo, mezcla de odio, rabia y terror. Pero a falta de otro verbo, utilicemos "detestar". El asunto es que siempre que debía ir a clases de natación, cualquier excusa, consciente o inconsciente, era buena para escabullirme. 

Un día olvidé que me correspondía ir a la piscina (lo juro, lo olvidé, no fue a propósito), y tomé el transporte escolar a mi casa. Al llegar, me extrañó enormemente que mi mamá no estuviese esperando en la puerta como de costumbre. Obvio, la pobre estaba en la piscina del colegio, tal vez desesperada pensando que alguna calamidad habría prevenido mi llegada. Toqué muchas veces el timbre de casa, y nadie contestó. Fue entonces cuando mi vecino, un señor muy amable que hasta ese momento yo no conocía y que tenía una hija espantosa de mi misma edad, preocupado al verme solo y al borde del llanto, sugirió llevarme a su casa mientras esperaba a mamá, y colocar una nota en la puerta para que ella supiera dónde encontrarme. Obedecí inocentemente, más porque no tenía otra opción que por mi proverbial respeto a los mayores. No me vengan con aquello de no hablar con extraños y mucho menos seguirlos a su casa, que después de esta experiencia bastante me lo recalcaron. Tampoco vayan a creer que en la casa del vecino ocurrió algo traumático, porque no fue así (bueno, asumiendo que compartir unos minutos con la hija horrenda del vecino no califica como traumático). 

Lo que ocurrió fue bastante tonto, pero no menos memorable. El vecino me dio lápiz y papel para que escribiese la nota con mi propia letra, y me dictó el mensaje que debía escribir: "Estoy en el frente". De nuevo obedecí, pero con algo de horror: "el frente" era algo que yo conocía muy bien por prematura exposición a la teleserie Candy Candy. "El frente" era donde se desarrollaba la guerra horrible en la que Candy era enfermera, donde Archie moría en un accidente aéreo y donde Candy se reencontraba con Albert luego de que una explosión nefasta lo dejara amnésico y, creo recordar, temporalmente ciego. Si bien yo entendía que la nota también podía interpretarse como que me refería a la casa del vecino, en mi imaginación paranoica infantil (sí, he sido paranoide desde que tengo uso de razón), mi dulce madrecita seguramente pensaría que no había ido a natación porque me habían mandado a la guerra. Afortunadamente, justo en el momento en que colocaba la nota en la puerta de mi casa, mamá llegó, angustiadísima y vuelta un mar de llanto, pero muy aliviada de verme ahí. Desde entonces, cada vez que veo o utilizo la expresión que titula esta nota, recuerdo ese episodio de mi infancia.

Pero tal como señalé al principio, no era ese mi tema de hoy. Mis digresiones son cada vez peores, parece. Lo que hoy me atañe es aprovechar el primer día de la primavera para comentar algunas de las cosas que han ocurrido desde mi última nota. De más está decir que fallé una vez más en mi promesa de intentar ser más consecuente en mis actualizaciones, pero tal como mencioné la vez anterior, no puedo regir mi vida por las expectativas de los demás en cuanto al cumplimiento de mis compromisos (¡BUAJAJA! Descarado irresponsable que soy). 

¿Y por qué valerme del primer día de primavera? Pues bien, hace algunos días, aprovechando la subida de temperatura que comenzó a sugerir el fin del invierno, salí a patinar como tenía meses sin hacer. La sensación fue indescriptible, una vorágine de energía física, mental y anímica cercana al éxtasis. Comprendí, entonces, que el invierno me tenía algo amodorrado, y que va siendo hora de soltar la frazada y emprender acción. Ahora siento tener una renovada disposición a hacer cosas (incluyendo retomar el blog), y la verdad no podría asegurar que exista alguna relación con el clima, la astrología o el fin del mundo, pero me pareció apropiado comenzar (o expresarlo) justamente hoy.

Como pueden ver, vuelvo a divagar. Muy a pesar de ese estado adormilado en el que me atrapó el invierno, tampoco puedo decir que estuve hibernando. Estos fríos meses también me dejaron un importante número de revelaciones sobre mí mismo, mi naturaleza y mis próximos pasos, pero no es mi intención aburrir a nadie con un recuento esquemático de iluminaciones bastante difíciles de explicar sin lanzarme a mayores y más profundas digresiones. Baste decir que me siento muy bien. Amo esta ciudad, y estoy disfrutando enormemente explorar la naturaleza humana, a través de mis nuevos amigos, de los que ya tenía y siguen presentes, de los extraños, y sobre todo de mí mismo (que ya bastante enrevesado soy). Veremos qué trae la primavera.


miércoles, 16 de mayo de 2012

De vuelta, desde Buenos Aires - y reflexionando sobre cosas aparentemente obvias


He estado posponiendo el sentarme a escribir sobre todo lo que he vivido en los meses pasados, a ciegas del por qué. En varias oportunidades he pensado que se debe a una manía hasta ahora no escudriñada de procrastinar. Sin embargo, creo haberme dado cuenta hoy de que en realidad no es una razón tan fortuita. Hay algo más. Y me he dado cuenta de que no sólo he estado posponiendo escribir, sino también muchas otras cosas de importancia, todas por la misma razón: una ansiedad social que me ha estado consumiendo por años. Sí, tal vez más de uno entre quienes me conocen levantará una ceja sin querer dar crédito a lo que digo, aunque me he cansado de repetirlo: soy, en esencia, tímido. Pero no acaba en mera timidez lo mío, no vayan a creer. Soy también profundamente inseguro, y uno de mis mayores temores es decepcionar a alguien -a quien sea-. Y ese temor a decepcionar salpica e invade cualquier actividad, desde escribir en mi propio blog hasta vivir como se me antoje, obligándome a pensar quince veces antes de escribir cada palabra para terminar no escribiendo nada, y lo mismo con todo.

Parece una idiotez, pero hasta hoy me doy cuenta. Hasta ahora he venido enmascarando esa timidez, esa inseguridad y ese terror irracional a decepcionar a los demás tras una extroversión forzada y auto-impuesta. No sé si he tenido éxito, la verdad a ratos pienso que sólo he logrado ser percibido como arrogante y, en último término, como alguien insoportable, pero eso ya es otro asunto. Lo que me atañe en este momento es explorar el por qué de esos miedos, el por qué han tomado control de semejante manera. Inevitablemente, cuando uno se enfrenta a un descubrimiento de estas dimensiones (no se rían, para mí realmente es un descubrimiento grande, muy grande), lo primero que viene a la mente es rebobinar, irse tan atrás como sea posible para ver dónde empezó la tortura auto-infligida. Obvio, lo más rápido es retroceder hasta la infancia y echarle la culpa a los padres.

¡Uy! ¿Pero en qué me estoy metiendo? Ya voy a empezar a hablar de pasados remotos (bueno, ni tan remotos) que no pueden ser analizados de manera objetiva. Ya voy a empezar a hablar de cómo mi papá pretendía que yo fuese perfecto (por aquello de que Cristo dijo que uno debía ser perfecto como el Padre celestial es perfecto), y de cuántas lágrimas me sacó -y, supongo, de alguna manera me sigue sacando- por no serlo. O voy a asirme de mi educación católica (que no requiere mucha explicación para que entienda el mundo cualquier sentimiento de culpa posible, en esta vida y al menos cinco vidas futuras). Ya voy a empezar a buscar el culpable... Esta ruta es peligrosa, y para ser honesto conmigo mismo, muy injusta. Es tan simple como entender que mi papá es, ni más ni menos, un ser humano. Tan imperfecto como yo. Eso es algo que entendí bastante temprano en la vida, así que no puedo caer a estas alturas en la soberana ridiculez de echarle la culpa de mis temores actuales. Lo mismo va con el catolicismo, del que tomé lo que me sirvió y me sirve y evidentísimamente deseché lo que no.

¿Por dónde sigo? El pasado no parece un buen lugar. Y ahora que lo escribo (¡caramba! esto de escribir de verdad puede ser revelador y catártico), creo que otro de mis males, que obviamente refuerza la ansiedad social, es que sobre-analizo TODO. ¿Qué hago yo buscando el por qué? ¿Qué gano? No voy a resolver esto rápido si me estanco en buscar razones que luego yo mismo voy a rebatir con argumentos aparentemente racionales (aunque tal vez muy en mi interior sepa que de racionales no tienen nada). ¿Qué ruta transitar? Creo que lo más sano, para mí y para ustedes (que ya deben estar aburridos de tanta ida y vuelta), es que comience por el final: no me la calo más. Tengo el firme propósito de asumir quien soy, con todos mis problemas, inseguridades, carencias, excesos (esa es la parte divertida, de esos nunca me avergüenzo), y para colocar la cereza del pastel, me comprometo firmemente a dejar de analizar si decepcioné, decepciono o decepcionaré a alguien. A final de cuentas, cada quien se creó sus expectativas solito o solita (con algo de ayuda mía, es verdad, pero... bueno, no quiero esa responsabilidad y no la tomo... ya, ¿ven qué fácil?). Tal vez, he de reconocer, toda esta actitud de I-don't-give-a-damn no es más que otra artimaña de mi mente para volverme a componer la misma máscara de la que hablaba... Pero en el fondo creo que no es así, porque estoy confesando abierta y públicamente que I DO GIVE A DAMN! Sólo quiero seguir adelante sin que esa give-a-damn-itud me continúe afectando en mis relaciones sociales, públicas, privadas, interpersonales, económicas y globales.

Entonces, volvamos al principio. ¿En qué estaba? El motivo original de esta nota es que he estado posponiendo escribir sobre mi partida de Venezuela. Después de muchos años de planificación (o, más correctamente, de correr la arruga por temor), sucumbí a una tentación que había tenido desde niño. No crean que estoy quitándome la edad: cuando el régimen político venezolano actual se instaló ya mis años de párvulo habían quedado atrás, atrasísimo. Pero resulta que esa idea de emigrar se me había instalado mucho antes, y si me pongo a hurgar el cuándo, creo poder llegar a mi más tierna infancia, cuando mi tío más querido se fue a estudiar a Bélgica, y yo, todo amor y admiración por él y su bohemio estilo de vida, fantaseaba con esos países y parajes que no había oído nombrar hasta entonces.

Conforme pasaron los años, esa fantasía se convirtió en sueño, el sueño en deseo, el deseo en planes fallidos, los planes fallidos en determinación... Y aquí estoy. A tres meses en Buenos Aires, no me he arrepentido.

Obviamente, hay mucha tela qué cortar en todo esto. Comenzando por quienes han pensado que me fui como parte de la oleada migratoria desatada por el gobierno actual, y pasando por el infame video de #MeIríaDemasiado -que, como tema, me parece algo gastado ya-, hasta quienes siguen pensando que la decisión no fue la más correcta. Pero esa tela no la voy a cortar yo, les dejo a libre elección agarrar sus tijeras y comenzar por su cuenta. Baste decir que no me fui huyendo, sino buscando, y buscando bastante. El tiempo dirá si lo que busco lo encuentro aquí, en otro lugar, o si, como Ángel la niña de las flores, terminaré encontrando la flor de los siete colores cuando retorne a mi origen, luego de haber recorrido innumerables lugares y tejido innumerables historias. Por ahora estoy aquí, y por ahora lo estoy disfrutando un mundo.

Mi próximo e inmediato objetivo es hacer nuevos amigos. En eso, créanme, puede ser una pesadilla volver empezar, pero se hace mucho peor con las limitaciones que impone la ansiedad social que ya describí... Una razón más para asumir el reto de dejarla atrás y mostrarme como mi versión mejorada: tímido, inseguro y defectuoso, pero feliz. Y para los amigos que ya tengo (y que, lejos de olvidar, me importan más y más cada día), también quiero asumir, como parte de este proceso, el compromiso de ir contando más a través de estas páginas, con más detalles y mayor frecuencia, pero no les quiero decepcionar, así que cuidadito con las expectativas :)

viernes, 6 de enero de 2012

Movie Time! - "Midnight in Paris"

Título en español: Medianoche en París

Director: Woody Allen
Año: 2011
Escritor: Woody Allen (guión e historia)
Protagonistas: Owen Wilson, Marion Cotillard, Rachel McAdams
*** (Se puede ver, pudo ser mejor)

Con toda honestidad, no comprendo por qué tanto alboroto con esta película. Siempre me ha gustado el trabajo de Woody Allen, pero este film no me parece el más destacado de su historia reciente. De hecho, creo que su película anterior, You Will Meet a Tall Dark Stranger, es mucho mejor, y marcó un regreso del humor de Woody Allen que tanto extrañaba de una manera mucho más fresca y renovada. Y no es que Midnight in Paris sea mala, simplemente creo que es otro de esos ejemplos de ideas excelentes que terminan mal ejecutadas. Todo el tema de viajar al pasado y encontrar a una serie de personajes icónicos para descubrir el sentido del valor propio está bastante bien, y suena muy interesante. También la sobre-valoración del pasado, esa misma idea tras la trillada frase de "todo pasado fue mejor". Bien que se explore, y linda manera de abordarla, pero algunos elementos del film me parecen algo tediosos o innecesarios, y en algunos puntos la verosimilitud se pierde y la trama se siente algo forzada. Es cierto que al final el guión vuelve a su carril y se redondea el sentido de todo lo demás, pero igual me quedó cierto sabor desagradable del trayecto para llegar allí. 

Debo confesar que vi esta película hace un par de meses, y había evitado escribir al respecto tratando de acumular algo de voluntad para volver a verla ante la respuesta tan positiva de la crítica, a ver si descubría en la segunda oportunidad esa genialidad exacerbada que le endilgan... pero nunca acumulé la voluntad, no me gustó a la primera, y no me voy a dejar convencer. 

Los caracteres son repeticiones descaradas de los sempiternos personajes de Woody Allen, y francamente a ratos me parece que ya perdieron gracia y vigencia. Las actuaciones, a pesar de lo que diga la crítica, me parecieron bastante blandas. Owen Wilson siempre ha sido un actor peculiar, y tal vez es una de las pocas ocasiones en las que su carácter se ajusta tan bien a un personaje (aunque en lo personal me pareció mucho mejor en The Darjeeling Limited), pero no deja de ser una suerte de Woody rejuvenecido - y ya creo que está bien del mismo Alvy Singer que regresa una y otra vez con distintos nombres. Como admirador de Woody Allen, me parece maravilloso que la crítica lo regrese a la cresta de la ola, pero en realidad no creo que este sea un ejemplo de su mejor trabajo. 

jueves, 5 de enero de 2012

Movie Time! - "Contagion"

Título en español: Contagio
Director: Steven Soderbergh
Año: 2011
Escritor: Scott Z. Burns (guión e historia)
Protagonistas: Laurence Fishburne, Matt Damon, Jude Law, Gwyneth Paltrow, Kate Winslet, Marion Cotillard
**** (Hay que verla!)

Esta sí es la manera de ensamblar un elenco extraordinario con un propósito igualmente brillante - tal vez los productores de New Year's Eve quieran tomar nota-. Debo admitir que este tipo de film cuasi-apocalíptico con ideas novedosas para arrasar con la raza humana suelen llamarme la atención, pero por lo general quedan en un limbo de pseudo-ciencia-ficción bastante decepcionante, y por ello me tomó un tiempo terminar de decidirme a ver Contagion. Sin embargo, la dirección de Steven Soderbergh fue un elemento que pesó en la balanza, y al final cedí a la tentación de verla. ¡Vaya que se nota la diferencia que hace un buen director! Creo que, precisamente, la dirección es lo más sólido de la película. Es inquietante y a la vez divertida, juega con elementos que en circunstancias corrientes pasan inadvertidos, y el resultado son imágenes brevísimas que sin palabras nos envuelven en la angustia de sabernos naturalmente descuidados, ridículamente hacinados en nuestras ciudades, y, por ende, altamente vulnerables. Así, el suspenso crece y crece, y el espectador siente morir si a alguien se le ocurre toser en la sala de cine.

El guión está impecablemente estructurado, logrando la verosimilitud hasta el último minuto. El hilo narrativo es tenso y delicado, una clase magistral de guión. Por supuesto, cuando hay tantos elementos y el crescendo de la tensión es tal, uno no puede menos que temer que en cualquier minuto el guión cederá a la incapacidad de mantener el ritmo y todo el film caerá estrepitosamente - permítanme adelantarles que eso no ocurre, y qué satisfactorio es el resultado. Las actuaciones son excelentes y bien coordinadas: aquí la estrella es la epidemia, todos los demás son sólidos secundarios, y apoyan a la estrella estupendamente. No menos puede decirse de la fotografía y la edición. Desde todo punto de vista, esta es una excelente experiencia cinematográfica - y vale la pena vivirla como tal, en una sala, rodeados de otros espectadores... y de sus gérmenes...

miércoles, 4 de enero de 2012

Movie Time! - "In a Better World" (Hævnen)

Título en español: En un Mundo Mejor

Director: Susanne Bier
Año: 2010
Escritor: Anders Thomas Jensen (guión e historia)
Protagonistas: Mikael Persbrandt, William Jøhnk Nielsen, Markus Rygaard, Trine Dyrholm
**** (Hay que verla!)

No encuentro manera de escudriñar este film sin remontarme a las disyuntivas planteadas por Thomas Hobbes en Leviatán, básicamente porque los dilemas éticos y filosóficos planteados en el film inevitablemente llevan al espectador a preguntarse si la civilización como concepto no es más que una utopía. No se presentan salidas fáciles, y si bien el guión es dirigido hacia un final aceptable o complaciente, lo cierto es que el film retrata realidades tan conflictivas y reales que la impresión general termina siendo una especie de sacudida espiritual, mental y emocional. Un grupo de personajes muy, muy bien hilados y estructurados nos muestran las múltiples caras de un mismo conflicto: ¿cómo llegar a un mundo mejor, si a veces la violencia parece la única salida? ¿Cómo aspirar a ser hombres justos en un mundo profunda y marcadamente injusto? ¿Es posible la justicia misma, si quienes la definen y aplican son tan humanos como los demás? ¿Es posible enseñar a un niño a ser civilizado y recto en un mundo donde no controlamos la mayoría de las variables? En fin, ¿"Homo homini lupus" u "Homo homini sacra res"?

La película en sí misma es extraordinaria, pues humaniza todos los dilemas mencionados en una trama bien planteada. Los personajes no son perfectos, tienen matices, y eso los hace profundamente conmovedores y cercanos al espectador. Si bien el guión puede parecer un poco manipulador, moralista, melodramático, o el final un poco obvio, es un film para  reflexionar y discutir, y realmente creo que merece la pena verlo.

martes, 3 de enero de 2012

Movie Time! - "The Tree of Life"

Título en español: El Árbol de la Vida
Director: Terrence Malick
Año: 2011
Escritor: Terrence Malick (guión e historia)
Protagonistas: Brad Pitt, Jessica Chastain, Sean Penn
**** (Hay que verla!)



Debo comenzar por advertir que no es una película para todo el mundo, y que realmente hay que verla en un mood muy particular. No es un film sencillo, ni se digiere fácil. Sin embargo, está muy bien hecho, y desde mi punto de vista logra su cometido muy eficazmente: hacernos reflexionar sobre la naturaleza de la vida, nuestro lugar en el universo, la existencia de Dios,  y el impacto de nuestra existencia como parte de una familia - sean cuales sean las pinceladas (o los brochazos) de disfunción que pinten la nuestra. Mi querido amigo Tano me decía hoy que él, al ver una película, busca una trama, y que no le encontró trama a ésta. Mi réplica es que la vida no tiene trama, ella es la trama en sí misma, y en ese sentido no es menudo el logro de Malick al deslizarse con éxito entre el entretenimiento y la introspección profunda. Si bien creo que es muy ambicioso tratar de retratar temas tan complejos y delicados en una película, ésta no se quedo corta.


Los méritos técnicos también son extraordinarios. La fotografía es alucinante, a ratos me recordó a uno de mis filmes favoritos de todos los tiempos, Baraka, y aunque hay un poco de abuso con las imágenes generadas por computadora, el trabajo es bastante limpio, y sólo apoya la intensidad dramática que busca el director. El trabajo de dirección es meticuloso y fascinante. La dirección de arte y la música no se quedan atrás, y también hay que mencionar unas actuaciones sólidas - creo que, de hecho, había olvidado lo buen actor que es Brad Pitt, y sólo el desarrollo del lenguaje corporal de su personaje es ya un recordatorio punzante. Desde todo punto de vista, creo que es una de las películas que más he disfrutado últimamente.