martes, 17 de marzo de 2009

lunes, 16 de marzo de 2009

"Du sublime au ridicule il n'y a qu'un pas", o el quid de este show

Tras haber culminado mi post anterior, no podía dejar de atormentarme: ¿es posible que mi único talento se limite a sobre-analizar mi propia estupidez? ¿Cómo puede un evento tan fútil ser sujeto de semejante reflexión?

Es entonces cuando la respuesta vino a mi, casi como una iluminación, un inesperado satori en medio de la noche, y comprendí incluso el por qué (o, más bien, el para qué) de este blog.

Existe una pregunta que siempre me ha perseguido a lo largo de mi vida, y que una lejana (pero muy vívidamente recordada) conversación con mi querida amiga Ana Elizabeth me ayudó a esbozar en mi mente hace ya varios años: ¿Por qué el mundo espiritual y el mundo material deben estar divorciados? Tal parece que una educación religiosa (y esto es tan cierto para los católicos como para la mayoría de las religiones) tiene el fin primordial de convencernos de que ser profundamente espiritual se opone de manera diametral a una vida terrenal relajada y concupiscente. Con el perdón de quienes aun lo creen así, si de algo me ha servido mi corta vida ha sido para aprender que ese principio es falso... ¡y vaya que he derramado unas cuantas lágrimas para comprenderlo!

Pues bien, no pretendo ahondar demasiado en el tema, suponiendo que en el futuro podré hacerlo a mis anchas. Baste decir que, en medio de mis permanentes reflexiones sobre la naturaleza de la vida, y de las estrechas relaciones entre lo material y lo espiritual, he terminado por pensar que las cosas son mucho más simples de lo que la mayoría quiere hacernos creer. Tienen que serlo.

¿Por qué vivir la vida tan en serio? Al final, la vida se trata de aprovechar cada experiencia para adquirir herramientas y luego usarlas, mas no hay por qué hacerlo de manera severa. Es cuestión de cómo uno se aproxima al hecho vivencial. En lo personal, no me tomo a mí mismo tan en serio, o por lo menos estoy en el perenne intento de hacerme la vida más sencilla. Tengo derecho de ser tonto a ratos, o frívolo, o irrelevante. A fin de cuentas, la frivolidad es, también, una forma válida de elaboración intelectual.

Entonces, ¿para qué el bendito blog? Simple: para compartir ese derecho inalienable de trivializar lo profundo y de profundizar en lo trivial, y para buscar a través de este tipo de reflexiones esos mensajes simples y positivos que nos ayudan a llevar la vida de una forma más relajada. Al fin y al cabo, nada es más efímero que esta vida seriesísima, y ya el ambiente es suficientemente hostil como para que también nosotros saquemos el látigo y nos sigamos autoflagelando, buscando más complicaciones de las que ya tenemos.

Es por eso que aquí se vale ser superficial, sobre-analítico, despreocupado o quisquilloso. Aquí se vale un comentario de cine (¡de esos esperen bastantes!), o una reflexión trascendental. Aquí se vale la opinión desinformada, o la erudición extrema y heavy metal (bueno... tampoco tanto). En fin... ¡este es mi blog, carajo, y se vale toda vaina!

Blackout!

Parafraseando a Hesse, siempre he creído que sea cual sea la suerte que uno corra, es posible dar significado a cualquier experiencia y transformarla en algo valioso. Es así como en una situación como la que actualmente se vive en Caracas --y estoy seguro de que nadie se atrevería a negar que el adjetivo "crítica" se ajusta bastante bien--, siempre estoy buscando resquicios de luz donde encontrar algo positivo. En medio de la inseguridad, el tráfico, el ruido, el gentío y las otras miles de razones que van obligando al caraqueño de a pie a vivir una vida cada vez más ermitaña, me resulta fascinante la variedad de excusas que pueden inventarse para salir del encierro. En esto, con toda seguridad, profundizaré en el futuro.

El ejemplo que hoy me ocupa no es algo demasiado creativo, no vayan a creer, pero algo tan simple como una "tarde de té y pasteles" puede convertirse en una actividad de autoexploración, digamos, sociológica, tan interesante que bien merece contarla en la lista de "momentos entretenidos por los que vale la pena vivir en Ciudad Caos".

Más allá de los indiscutibles encantos de quienes conformaban el grupo de esta tarde, y de la inolvidable "torta Pucci" --una colorida creación de nuestros anfitriones, que promete convertirse en tema e inspiración para futuras reuniones--, fue inevitable la llegada del "apagón cerebral". Me refiero a un fenómeno (con el que seguramente todos están familiarizados, o al menos eso espero, no quiero creer que soy el único freak al que le ocurre), del cual hasta hoy no había tomado conciencia: la conversación adquiere un ritmo monótono, sea porque no conoces a las personas a quienes los otros se refieren, o porque el tema que surge te resulta simplemente aburrido, y tu cerebro se desconecta del todo, dejando al cuerpo en "piloto automático"- asientes y sonríes, aunque no tienes idea de qué va la conversación, sólo asientes y sonríes... tu mente vaga hacia otras direcciones, o simplemente está apagada... Quizás hasta dices alguna frase standard: "Sí, ¿no? ¡Qué bolas!"... Pero nada, ni idea... ¿De qué hablan? ¿Nos vamos pronto? ¿De qué se ríen ahora? Y de pronto te das cuenta de que es imposible retomar el hilo.

Siendo una persona tímida como soy (no, no es un chiste, realmente lo soy), este tipo de situaciones a veces me ponen al borde de un ataque de pánico. Por fortuna, tomar conciencia de semejante fenómeno es el primer paso para desarrollar una solución, y en este caso, creo haber dado con una bastante viable y simple: es el momento de ir al baño. Nadie se percata de que he perdido el hilo, y muy probablemente para el momento de volver, habrán cambiado el tema y podré incorporarme sin mayor problema.

La tarde terminó muy bien, está de más decirlo. Algunas calorías sobran, es cierto, pero quedó conjurado el aburrimiento de una tarde dominical, y he vuelto a casa con una nueva herramienta contra el pánico social... sólo espero recordarla en medio del próximo "apagón".