viernes, 21 de septiembre de 2012

Novedades en el frente

Mi intención no era hablar de esto, pero por el título no pude dejar de contar una anécdota. Tenía yo unos seis años, y como buen gordito, detestaba ir a la clase de natación. "Detestar" tal vez no sea el verbo correcto, porque mi sentimiento hacia cualquier actividad deportiva era algo más intenso, visceral y profundo, mezcla de odio, rabia y terror. Pero a falta de otro verbo, utilicemos "detestar". El asunto es que siempre que debía ir a clases de natación, cualquier excusa, consciente o inconsciente, era buena para escabullirme. 

Un día olvidé que me correspondía ir a la piscina (lo juro, lo olvidé, no fue a propósito), y tomé el transporte escolar a mi casa. Al llegar, me extrañó enormemente que mi mamá no estuviese esperando en la puerta como de costumbre. Obvio, la pobre estaba en la piscina del colegio, tal vez desesperada pensando que alguna calamidad habría prevenido mi llegada. Toqué muchas veces el timbre de casa, y nadie contestó. Fue entonces cuando mi vecino, un señor muy amable que hasta ese momento yo no conocía y que tenía una hija espantosa de mi misma edad, preocupado al verme solo y al borde del llanto, sugirió llevarme a su casa mientras esperaba a mamá, y colocar una nota en la puerta para que ella supiera dónde encontrarme. Obedecí inocentemente, más porque no tenía otra opción que por mi proverbial respeto a los mayores. No me vengan con aquello de no hablar con extraños y mucho menos seguirlos a su casa, que después de esta experiencia bastante me lo recalcaron. Tampoco vayan a creer que en la casa del vecino ocurrió algo traumático, porque no fue así (bueno, asumiendo que compartir unos minutos con la hija horrenda del vecino no califica como traumático). 

Lo que ocurrió fue bastante tonto, pero no menos memorable. El vecino me dio lápiz y papel para que escribiese la nota con mi propia letra, y me dictó el mensaje que debía escribir: "Estoy en el frente". De nuevo obedecí, pero con algo de horror: "el frente" era algo que yo conocía muy bien por prematura exposición a la teleserie Candy Candy. "El frente" era donde se desarrollaba la guerra horrible en la que Candy era enfermera, donde Archie moría en un accidente aéreo y donde Candy se reencontraba con Albert luego de que una explosión nefasta lo dejara amnésico y, creo recordar, temporalmente ciego. Si bien yo entendía que la nota también podía interpretarse como que me refería a la casa del vecino, en mi imaginación paranoica infantil (sí, he sido paranoide desde que tengo uso de razón), mi dulce madrecita seguramente pensaría que no había ido a natación porque me habían mandado a la guerra. Afortunadamente, justo en el momento en que colocaba la nota en la puerta de mi casa, mamá llegó, angustiadísima y vuelta un mar de llanto, pero muy aliviada de verme ahí. Desde entonces, cada vez que veo o utilizo la expresión que titula esta nota, recuerdo ese episodio de mi infancia.

Pero tal como señalé al principio, no era ese mi tema de hoy. Mis digresiones son cada vez peores, parece. Lo que hoy me atañe es aprovechar el primer día de la primavera para comentar algunas de las cosas que han ocurrido desde mi última nota. De más está decir que fallé una vez más en mi promesa de intentar ser más consecuente en mis actualizaciones, pero tal como mencioné la vez anterior, no puedo regir mi vida por las expectativas de los demás en cuanto al cumplimiento de mis compromisos (¡BUAJAJA! Descarado irresponsable que soy). 

¿Y por qué valerme del primer día de primavera? Pues bien, hace algunos días, aprovechando la subida de temperatura que comenzó a sugerir el fin del invierno, salí a patinar como tenía meses sin hacer. La sensación fue indescriptible, una vorágine de energía física, mental y anímica cercana al éxtasis. Comprendí, entonces, que el invierno me tenía algo amodorrado, y que va siendo hora de soltar la frazada y emprender acción. Ahora siento tener una renovada disposición a hacer cosas (incluyendo retomar el blog), y la verdad no podría asegurar que exista alguna relación con el clima, la astrología o el fin del mundo, pero me pareció apropiado comenzar (o expresarlo) justamente hoy.

Como pueden ver, vuelvo a divagar. Muy a pesar de ese estado adormilado en el que me atrapó el invierno, tampoco puedo decir que estuve hibernando. Estos fríos meses también me dejaron un importante número de revelaciones sobre mí mismo, mi naturaleza y mis próximos pasos, pero no es mi intención aburrir a nadie con un recuento esquemático de iluminaciones bastante difíciles de explicar sin lanzarme a mayores y más profundas digresiones. Baste decir que me siento muy bien. Amo esta ciudad, y estoy disfrutando enormemente explorar la naturaleza humana, a través de mis nuevos amigos, de los que ya tenía y siguen presentes, de los extraños, y sobre todo de mí mismo (que ya bastante enrevesado soy). Veremos qué trae la primavera.


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